El enorme corazón de Manolo Franco ha dejado de latir, pero su ejemplo de revolucionario insobornable, solidario y siempre al lado de los más débiles, nos acompañará siempre. Se ha ido sí, y nos regala un inmenso legado que  continuaremos por su memoria y la de todos los que dedicaron lo mejor de sus vidas a la causa de los trabajadores y de la revolución socialista.

Manolo era de una humildad, generosidad, lealtad y sobriedad admirable. Nunca le gustaron los focos, jamás cultivó la vanidad, ni rindió lisonjas a nadie, pero siempre se podía contar con él para dar el callo y ayudar en cualquier tarea de la organización. En todas las manifestaciones, huelgas, concentraciones, piquetes, vendiendo El Militante, en el stand de la Fundación Federico Engels de la Feria del libro de Madrid, en congresos, conferencias y reuniones de grupo o de cualquier otro tipo, con un rostro serio, cruzado por el entusiasmo contenido y la determinación, nunca flaqueó en su devoción por la clase obrera. Él mismo fue un proletario espartano de condición y espíritu, y eso le hacía aún más entusiasta de la lucha revolucionaria.

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Nunca le gustaron los focos, jamás cultivó la vanidad, ni rindió lisonjas a nadie, pero siempre se podía contar con él para dar el callo y ayudar en cualquier tarea de la organización. 

Hijo de una familia trabajadora numerosa, muy humilde y con conciencia de clase del madrileño barrio de San Blas, Manolo jamás se mostró indiferente ante el sufrimiento, la explotación y la marginalidad que atenaza a los nuestros. Era demasiado sensible y nada de lo humano le era ajeno.

Su compromiso con las ideas del marxismo revolucionario comenzó muy pronto, en el año 1977, cuando se unió a la tendencia marxista de las Juventudes Socialistas  agrupada en el periódico Nuevo Claridad. Era un adolescente, pero se fraguó en un momento decisivo: la lucha contra el tardofranquismo y contra aquellos que vendieron el combate de millones a cambio de una democracia vigilada y tutelada por los herederos de la dictadura. Manolo, como militante cabal y honesto, siempre despreció el régimen del 78.

El reflujo y desencanto político de finales de los años setenta y principios de los ochenta tuvo verdugos y muchas víctimas. La juventud de los barrios obreros, ahogada en el fango de la heroína, pagó un precio demasiado cruel. Manolo se hundió bajo esa ola destructiva, pero a diferencia de muchísimos de sus amigos de calle, de compañeros de ideas y batallas juveniles,   venció a ese monstruo. Jamás se doblegó y rindió. Y lo hizo a su manera, con discreción, sin alarma y con una voluntad de hierro.

Manolo se mantuvo fiel a su propia historia. Como cuadro obrero de la revolución que era, ayudó tremendamente a la construcción del Sindicato de Estudiantes en 1985, y desarrolló una amplia actividad en la campaña contra la entrada en la OTAN de 1985-86. Igual que en los años setenta, Manolo protagonizó una intensa actividad en las organizaciones obreras, en las JJCC y el PCE de San Blas y en CCOO, defendiendo abnegadamente las ideas del comunismo revolucionario, de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo. Fue un destacado delegado del metal de CCOO, un activista incasable del sector crítico en los tiempos de Marcelino Camacho y, por encima de todo, un militante ejemplar de Izquierda Revolucionaria.

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Manolo fue un defensor abnegado de las ideas del comunismo revolucionario, un activista incasable del sector crítico en los tiempos de Marcelino Camacho y, por encima de todo, un militante ejemplar de Izquierda Revolucionaria. 

Manolo escribía artículos potentes, daba charlas políticas y le encantaba leer. El teatro le emocionaba, haciendo de actor aficionado en muchas obras. Como autodidacta bebía de lo mejor de una tradición obrera que veía la instrucción y la cultura como un arma de liberación. Tenía también un aire libertario y ese deje quinqui en su vestuario, siempre con sus pañuelos y gorras, que acentuaba su lado más seductor. El barrio corrió siempre por sus venas.

Su internacionalismo probado le llevó a participar activamente en la revolución venezolana, y allí pudo transmitir a muchos camaradas su experiencia vital. No se perdió la mayoría de congresos y reuniones internacionales siempre que su salud lo permitiera, y era un entusiasta de cada avance de la revolución mundial.

En su última etapa su compromiso se centró en Sindicalistas de Izquierda, la Comisión de Parados de San Blas y, especialmente, en el movimiento pensionista de Madrid. Allí era muy querido, y aunque no escasearon los encontronazos con algunos veteranos estalinos, Manolo no era un trotsko sectario, sabía moverse como pez en el agua en cualquier ambiente.

Es muy difícil transmitir nuestras emociones en este momento de dolor y pesar. Manolo siempre perseveró por vivir dignamente y ha logrado morir dignamente rodeado de su amada compañera Aurora, de su gran familia, de su hermana Isabel, su prima de Francia, que también se llama Isabel, su sobrina Carolina… y de sus amigos, amigas y camaradas.

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Manolo siempre perseveró por vivir dignamente y ha logrado morir dignamente rodeado de su amada compañera Aurora, de su gran familia y de sus camaradas.

Te has ido, pero estas aquí. Y por eso ahora te recordamos las palabras de tu admirada Rosa Luxemburgo, a la que leíste por primera vez en la cárcel:

"Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya 'se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto' y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!"

Adiós Manolo. Estás vivo en nuestros corazones. Nunca te olvidaremos.


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