El pasado 26 de enero los sindicatos negociadores del convenio de comercio minorista de Asturias (CCOO, UGT y USO) presentaban a la asamblea de trabajadores  el acuerdo alcanzado por sindicatos y patronal para la firma del convenio colectivo hasta 2023. En una asamblea con alta participación, sin turno de palabras y con una fuerte presencia de esquiroles organizados enviados por la patronal para forzar la aceptación del acuerdo, las direcciones sindicales eludieron cualquier mínima autocrítica y presentaron los “logros” de la negociación tras haber desconvocado la huelga en el ecuador de la misma, en su punto álgido y sin consultar a la plantilla.

Una huelga “inédita” y una plantilla a la ofensiva

Más allá de las declaraciones ridículas de la patronal, el impacto que tuvo la huelga está fuera de toda duda. Las pérdidas económicas para las empresas fueron cuantiosas; el amplio seguimiento de los paros y la actitud combativa y valiente de los y las huelguistas desafiando a encargadas, supervisoras y demás perritos falderos del jefe, enfrentando sus amenazas y la represión, que al menos se ha cobrado dos trabajadoras despedidas (una en Alimerka y otra en Masymas), levantó una gran ola de simpatía y apoyo entre la clase obrera asturiana.

Las imágenes de los pasillos vacíos de clientes, las concentraciones de apoyo multitudinarias en Oviedo y Gijón, los camiones bloqueados por el piquete en Llanera ilustran la fuerza con la que arrancaron los ocho días de huelga aprobados en la asamblea. En ese momento la patronal sentía la inmensa presión de la movilización contundente y de la solidaridad del resto de la clase obrera. Era evidente para cualquiera que lo quisiera ver que seguir con la lucha e intensificarla era el camino para conseguir las justas reivindicaciones de la plantilla.

En ese sentido iba orientado el mandato a los sindicatos decidido por las y los trabajadores en las asambleas: una huelga de ocho días, ir a por todas y no ceder, especialmente en las dos reivindicaciones centrales, poniendo además encima de la mesa las lecciones del año anterior cuando los sindicatos desconvocaron la huelga a cambio de una pequeña subida salarial, ninguna mejora social y una falsa promesa de retomar la negociación del convenio en 2019, decisión de los sindicatos que permitió a la patronal desactivar la huelga y mantener las nefastas condiciones laborales de la plantilla. 

La desconvocatoria de la huelga solo ha beneficiado a la patronal

A pocas horas del inicio de la segunda fase de la huelga, el 27 de diciembre, sin mediar consulta a la asamblea, la huelga quedaba desconvocada a petición del Gobierno asturiano del PSOE a cambio de una  reunión pasadas las navidades (el momento de mayor facturación y, por tanto, cuando más presión hace la huelga) y sin ninguna propuesta concreta encima de la mesa.

Al jarro de agua fría que supuso esta desconvocatoria en el punto álgido de la huelga,  se sumaba poco después el resultado bochornoso de la reunión entre patronal y sindicatos del pasado 13 de enero. Como era de esperar, la patronal contraatacó con su habitual menosprecio a los y las trabajadoras retirando cualquier oferta ante la negativa de los sindicatos de firmar allí mismo una propuesta peor incluso que la previa a la huelga. Peor aún fue la actitud de los sindicatos que ofrecieron a la patronal sustituir las dos reivindicaciones centrales por otras secundarias, supuestamente, en aras a  “desbloquear la situación y firmar el convenio”. 

Después de ese gran fiasco, y tras reuniones “discretas” entre patronal y cúpulas sindicatos, llegaba el acuerdo: dos días más de vacaciones, recuperación de los festivos que coincidan en vacaciones (no en descansos), ampliación del permiso de lactancia de 11 a 17 días, cláusula de subrogación en caso de venta, un día más de libre disposición, dos en total –que podrá limitarse por “cuestiones organizativas”–, la posibilidad del trabajador  o  trabajadora de elegir cobrar o descansar las horas extras, subidas salariales escalonadas hasta alcanzar en 2021 un salario mínimo de 14.000 euros anuales y la ampliación del convenio hasta 2023, dos años más de lo previsto, a cambio de subidas del 2,5% cada uno de esos dos años extra.

Retroceder en las demandas tras desconvocar la movilización no es ningún éxito

Las federaciones de servicios de los sindicatos, y la mesa negociadora en su conjunto,  han presentado el acuerdo alcanzado como un éxito. Igual hicieron el año pasado con la subida salarial de 50 euros, justificando la desconvocatoria de huelga también sin consultar y sin mejoras sociales, y vendiéndolo como otro gran éxito.

Sin embargo, y a pesar de que obviamente cualquiera de estas mejoras laborales han sido fruto de la huelga, no se puede presentar como un éxito el haber renunciado a los ejes centrales que motivaron la huelga sin hacer ningún tipo de análisis de por qué hemos llegado a esta situación, sobre todo teniendo en cuenta la desconvocatoria de la huelga en el momento decisivo, cuando podía torcer el brazo a la patronal.

Tampoco hay que olvidar, que muchas de estas mejoras (vacaciones, recuperación de festivos, lactancia o subida salarial progresiva hasta 14.000 euros) ya estaban en la “oferta” de la patronal previa a la huelga y que había sido rechazada por los sindicatos  por no recoger lo fundamental: el reconocimiento de la antigüedad y el tiempo de los descansos. Tratar de hacer comulgar a los trabajadores y trabajadoras con ruedas de molino lo único que consigue es introducir más escepticismo y desmoralización en una plantilla que salió a la huelga con otros objetivos y que ha sido abandonada e ignorada a mitad del partido por sus direcciones sindicales. 

El éxito fue la huelga, y la desconvocatoria burocrática de la misma un fracaso cuya responsabilidad recae en las direcciones sindicales al frente de la negociación que, unilateralmente, han decidido sustituir la presión de una movilización ejemplar por el sindicalismo de la negociación sin presión, cayendo de lleno en la trampa de la oferta de “mediación” por parte del Gobierno del PSOE a cambio de la desconvocatoria. Dicha  “mediación” ha consistido, como era de prever, en defender a las empresas. Un año más, y van dos seguidos, las direcciones sindicales se han saltado a la torera las decisiones tomadas en asamblea y las claras advertencias para no repetir el nefasto resultado del año pasado. Es evidente que la patronal ha aprovechado el descrédito de los sindicatos para imponer sus condiciones.

Para enfrentar a la patronal es imprescindible un giro de 180 grados en la política sindical

La patronal sorprendida y asustada al principio por la amplitud del seguimiento de la huelga y la simpatía despertada ha simulado fortaleza, intentando desacreditar y minimizar la huelga. Todos contábamos con esta reacción de los empresarios. Lo que es escandaloso es que las direcciones sindicales cortasen esta lucha de forma tan burocrática, a cambio de nada y se hipotecasen a la voluntad negociadora de la patronal, que solo existía en las cabezas de quienes han estado al frente de la negociación. Esto es lo que ha sembrado la desconfianza entre las plantillas, envalentonado a la patronal y desperdiciado la enorme fuerza de los y las trabajadoras. Según este acuerdo quedan aplazadas como mínimo hasta el 2023 las reivindicaciones que motivaron esta huelga calificada de “inédita” hasta por sus detractores.

Resulta vergonzoso, como poco, que no aparezca por ninguna parte alusión a la readmisión de las dos compañeras despedidas en esta lucha. Si la desconvocatoria el año pasado –antes de iniciarse la huelga– dio a la patronal un precioso margen para prepararse de cara a estas navidades, la desconvocatoria de este año tiene el agravante  de que los huelguistas tienen que enfrentarse ahora en sus puestos de trabajo a todas esas supervisoras y encargadas que han sido la punta de lanza de la ofensiva patronal.

Más allá de la actitud conciliadora y burocrática de las direcciones sindicales, si algo ha demostrado esta huelga es la enorme fuerza y determinación de las plantillas. No cabe duda de que, antes o después, tendrán que volver a luchar contra los abusos patronales y las condiciones de explotación que padecen.

La otra gran lección es que para lograr el mejor resultado posible es imprescindible romper con este modelo de sindicalismo que acepta el mal menor y fía el esfuerzo y los sacrificios de los y las trabajadoras en huelga a la buena voluntad de los empresarios y el Gobierno de turno. La única forma de recuperar fuerzas para abordar una lucha en condiciones es sacar las lecciones de esta experiencia y construir un sindicalismo de clase y combativo, que obedezca y respete las decisiones tomadas en asamblea y aproveche la fuerza de la clase trabajadora para doblegar a la patronal.


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